sábado, 30 de septiembre de 2017

30DE SEPTIEMBRE DATA ORIXA XANGO AGODO

Por el sincretismo catolico festejamos la data de Orixa Xango Agodo 
San Jerónimo
Doctor de la Iglesia, 30 de septiembre 

Doctor de la Iglesia

Martirologio Romano: Memoria de san Jerónimo, presbítero y doctor de la Iglesia, que, nacido en Dalmacia, estudió en Roma, cultivando con esmero todos los saberes, y allí recibió el bautismo cristiano. Después, captado por el valor de la vida contemplativa, se entregó a la existencia ascética yendo a Oriente, donde se ordenó de presbítero. Vuelto a Roma, fue secretario del papa Dámaso, hasta que, fijando su residencia en Belén de Judea vivió una vida monástica dedicado a traducir y explicar las Sagradas Escrituras, revelándose como insigne doctor. De modo admirable fue partícipe de muchas necesidades de la Iglesia y, finalmente, llegando a una edad provecta, descansó en la paz del Señor (420).

Etimología: Jerónimo = Aquel que lleva nombre santo, viene del griego
El siglo IV después de Cristo, que tuvo su momento importante en el 380 con el edicto del emperador Teodosio que ordenaba que la fe cristiana tenía que ser adoptada por todos los pueblos del imperio, está repleto de grandes figures de santos: Atanasio, Hilario, Ambrosio, Agustín, Crisóstomo, Basilio y Jerónimo.

Este último nació en Estridón (Dalmacia) hacia el año 340; estudió en Roma y allí fue bautizado. Su espíritu es enciclopédico: su obra literaria nos revela al filósofo, al retórico, al gramático, al dialéctico, capaz de pensar y escribir en latín, en griego, en hebreo; escritor rico, puro y robusto al mismo tiempo. A él se debe la traducción al latín del Antiguo y del Nuevo Testamento, que llegó a ser, con el titulo de Vulgata, la Biblia oficial del cristianismo.

Jerónimo es de una personalidad fortísima: en cualquier parte a donde va suscita entusiasmos o polémicas. En Roma fustiga los vicios y las hipocresías y también preconiza nuevas formas de vida religiosa, atrayendo a ellas a algunas mujeres influyentes patricias de Roma, que después lo siguen en la vida eremítica de Belén.

La huída de la sociedad de este desterrado voluntario se debió a su deseo de paz interior, no siempre duradero, porque de vez en cuando reaparecía con algún nuevo libro. Los rugidos de este “león del desierto” se hacían oír en Oriente y en Occidente. Sus violencias verbales iban para todos. Tuvo palabras duras para Ambrosio, para Basilio y hasta para su amigo Agustín que tuvo que pasar varios tragos amargos. Lo prueba la correspondencia entre los dos grandes doctores de la Iglesia, que se conservan casi en su totalidad. Pero sabía suavizar sus intemperancias de carácter cuando el polemista pasaba a ser director de almas.

Cuando terminaba un libro, iba a visitar a las monjas que llevaban vida ascética en un monasterio no lejos del suyo. El las escuchaba, contestando sus preguntas. Estas mujeres inteligentes y vivas fueron un filtro para sus explosiones menos oportunas y él les pagaba con el apoyo y el alimento de una cultura espiritual y biblica. Este hombre extraordinario era consciente de sus limitaciones y de sus propias faltas. Las remediaba dándose golpes de pecho con una piedra. Pero también se daba cuenta de sus méritos, tan es así que la large lista de los hombres ilustres, de los que hizo un breve pero precioso resumen (el De viris illustribus) termina con un capítulo dedicado a él mismo. Murió a los 72 años, en el 420, en Belén.

viernes, 29 de septiembre de 2017

Rezas de Xangô da Roda de ketu



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26 de septiembre: San Cosme y San Damián, mártires

San Cosme y San Damián
Santos: Cosme y Damián, mártires, patronos de médicos y farmacéuticos; Amando, Calistrato, Colmán, Carlos Garnier, Cipriano, Justina, Teocisto, mártires; Eusebio, Vigilio, obispos; Amancio, presbítero; Colmán, Senador, Genaro, confesores; Izaron, García, Nilo, abades; Eusebio, papa; Eugenia de Obernai, abadesa


Dos hermanos santos desde los primeros tiempos; mártires y popularísimos patronos de médicos y boticarios. Dicen que curaban sin pedir dinero y que, después de muertos, repartieron salud a manos llenas sobre quienes recurrieron a su intercesión.
Una idea de la extensión de su devoción la dan los numerosos lugares de culto que llevan sus nombres casi siempre inseparables. De Oriente a Occidente fue pasando la veneración: Constantinopla, Panfilia, Matalasca en Capadocia, Jerusalén y Mesopotamia. Patronos del Hospital de Edesa, donde san Sabas transformó la casa heredada de sus padres en basílica en honor de los santos. En Egipto testifica su culto el calendario Oxyrhynco del año 535. También entre los coptos se extendió su devoción y en Tesalónica hay un mosaico con sus figuras. San Gregorio de Tours escribió sobre los dos hermanos en De gloria martyrum; San Fulgencio promueve su culto en Cagliari (Cerdeña); Rávena conserva mosaicos de ellos que se remontan hasta los siglos vi y vii y el santoral visigótico Veronense los incluye entre los santos que celebra la Iglesia en España. Más de diez templos llevan sus nombres en la ciudad de Roma. Una aclamación tan popular no podía menos de terminar con sus nombres incluidos nada menos que en el Canon de la Misa.
Cosme y Damián murieron, según parece, a finales del siglo III o comienzos del IV.
Remontando la historia hasta allá, se nota que la leyenda ha ido sedimentando en torno a su indudable existencia histórica y final martirial capas y más capas de afirmaciones y sugerentes posibilidades que llegaron a tomarse como verdades; se fueron contando de ellos anécdotas más o menos verosímiles y referencias prodigiosas que los devotos oyentes escuchaban gozosos entre la sorpresa y la admiración.
Era lógico que un culto tan ampliamente extendido acabara por crear en torno a las figuras de los supuestos médicos y hermanos una aureola formada por las respuestas que siempre alguien estuvo dispuesto a dar con la sana intención de saciar la curiosidad sana de los fieles seguidores de los santos. No intentaron mentir; sí hubo voluntad de ensalzar; la fantasía transmite lo posible como verdadero y de ahí no es difícil llegar a la exageración. Y más, todo eso se da en un tiempo y circunstancias en los que no importaba demasiado el actual criterio de historicidad.
¿Qué queda entonces de las lejanas figuras de estos santos?
Parece ser que los dos eran hermanos, que entendían cosas de la medicina de su tiempo y la ejercían, que conocieron el cristianismo y recibieron el don de la fe. Luego llega su bautismo y el martirio final.
No es ni mucho ni poco. A mí me parece suficiente.
Alguien se atrevió a describir su martirio diciendo que sufrieron diversos tormentos, que fueron cargados de cadenas, metidos en cárceles, pasados por agua hirviendo y fuego, crucificados y luego asaeteados sin que sufrieran daño alguno, hasta morir decapitados en el año 300. Pero estas Gesta Cosmae et Damiani no merecen mucho crédito por ser leyenda hagiográfica y conocerse bien su género.
El éxito de sus intervenciones posteriores, como son las milagrosas curaciones que se le atribuyen, está en dependencia del querer de Dios y de la fe de quien las pide. El siempre agobiante problema de la salud humana no está sometido a la evolución de la historia ni del tiempo. Como hubo enfermos siempre, y, como se cuenta que estos santos fueron médicos, entra dentro de la lógica humana que la riada de débiles-físicos-creyentes-verdaderos acudiera entonces a ellos y algunos se curaran.
La manía del escéptico de todos los tiempos se pregunta: «¿y por qué no se dan esas curaciones ahora?». Sin conceder la pregunta que supone negación, tengo una respuesta pronta y formulada a lo gallego: «¿Se pide con la fe de ayer, con agradecida disposición al cambio de vida, o se pone hoy más la confianza en el diagnóstico por imagen de los sofisticados medios técnicos de que disponen los médicos?».
Algún santo que difundía su devoción, sin negar las curaciones de las que hablaba sin miedo, puede sugerir otra pista sobre la salud que protegen los santos mártires desde el Cielo: daba el salto y afirmaba –por altura– que la salud verdadera que propician Cosme y Damián consiste en llevar a la conversión a quienes les rezan con fe. ¿O es que no es mejor vivir cerca de Dios, con alegría y sin salud, que vivir pletórico de fuerzas y lejos de Dios? Un cristiano está convencido de que vale más que el bien físico estar sano por dentro.
Bastan para creer los milagros del Evangelio: los ciegos que ven, los paralíticos que saltan, los leprosos que sanan, los endemoniados que empiezan a gozar y hasta los muertos que resucitan. Pero aún esos mismos –históricos– no son más que expresión imperfecta de la definitiva salud que Cristo trajo al hombre enfermo. Sí, ese que somos tú y yo, y el vecino, y la novia, y el abuelo.



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